30. juuni 2004

Del salón, en el ángulo oscuro

Cuando estaba en el colegio, entre sexto y octavo de la E.G.B., tuve un profesor de lengua y literatura llamado Donangel. Debería escribirlo como Don Ángel, o Ángel a secas, pero eso no haría justicia al hecho histórico.
El hombre no era muy alto, ni tampoco muy delgado. Tampoco tenía mucho pelo (aunque por aquel entonces eso sólo interesaba al providencial destino). De hecho, mis compañeros siempre bromeaban diciendo que Donangel era yo con cincuenta años. Siempre vestía con un chandal, y tenía que usar un reloj sumergible, porque con lo que sudaba, los relojes normales se le estropeaban con rapidez. Su poco pelo se confundía a veces con una graciosa barbita descuidada de días, todo ello sembrado de venerables canas. Olía a sudor y ducados, y reía socarronamente luciendo una graciosa mella donde debía de lucir un molar, mirando por encima de aquellas gafas de lectura que desentonaban tangencialmente con su atuendo.
Tal vez con esta descripción uno se pueda imaginar algo que no es. El simpático manchego era un profesor como pocos, envidiado por todos sus compañeros, ya que mientras que los demás educaban a voces, éste se ganaba el cariño de todos los chavales.
Hubo un año en el que tuvo además que hacer las veces de profesor de gimnasia, y el pobre hombre, pues no se veía muy en la labor, de manera que dedicabamos una hora a jugar por el patio a cualquier cosa aparentemente física, y la otra nos encerrabamos en el gimnasio para que nos hablase de culos y tetas. Donangel aprovechó para intentar darnos clases de educación sexual (muy a la manchega), y aprender, aprendimos un rato. Luego vinieron las leyendas sobre que si el maletero de su coche rebosaba de revistas pornográficas, y cosas por el estilo. Cosas de críos.

Donangel pasaba bastante tiempo conmigo, y hablabamos mucho. Bueno, él hablaba más que yo. Yo nunca prestaba atención en clase. En ninguna clase. No me interesaba aprender, y el aprobar tan sólo era una molestia por la que tenía que pasar para que no me echasen la charla en casa. Odio que me echen la charla. Y aprobar, pues aprobaba. Normalmente solía dibujar en las clases. Mientras tomaba apuntes, o fingía leer la lección, o simulaba corregir mis deberes de matemáticas mientras Donpedro gritaba tras esa barbita afilada, yo dibujaba todo tipo de gilipolleces. Cogía una de esas hojas cuadriculadas y superperforadas de mi carpeta, y la llenaba de chorradas. Dibujos, grafittis, y demás, con un par de bolis de colores, y algún fluorescente, o un lápiz. No sé, lo que tuviese a mano en aquel momento.

Donangel un día se hizo con una de esas hojas pintarrajeadas. No es que yo la echase en falta, ya que, de hecho, normalmente me despreocupaba por ellas. Sólo eran un pasatiempo hasta que sonaba la campana, y probablemente me la dejase en mi pupitre al término de una de sus clases. Tiempo después me enteré de que había mantenido alguna que otra charla telefónica con mi madre (la pobrecita mía, por una vez henchida de orgullo de que un profesor no la llamara para decirle que yo no daba palo al agua), y se interesó bastante por mí. El caso es que, un día, al entrar en clase dijo que en lugar de lengua, íbamos a dar una clase extraordinaria de educación plástica. "Composición", lo llamó. Sacó mi hoja pintarrajeada de su carpeta y la aireó a la voz de "se trata de que consigáis algo parecido a esto". Cogió una chincheta, y lo colgó junto a la foto del rey que por aquel entonces tanto proliferaba en las aulas de los colegios públicos. Luego me señaló con el dedo y me dijo: "Tú no. Tu ya tienes hecho el trabajo, y aprobada mi asignatura de lengua este curso" (y estabamos en Noviembre).
¿Y qué hice yo durante aquella hora en la que todo el mundo hacía lo que yo no podía? No os lo diré; probablemente ni os lo imaginéis, pero aquel año aprendí dos cosas: Que en la vida hay que ser cándidos como palomas y astutos como serpientes (aunque aún no haya conseguido poner esto totalmente en práctica), y una cierta debilidad hacia las rimas de Gustavo Adolfo Béquer.

YO SÉ CUÁL EL OBJETO


Yo sé cuál el objeto
de tus suspiros es.
Yo conozco la causa de tu dulce
secreta languidez.
¿Te ríes...? Algún día
sabrás, niña, por qué:
Tú lo sabes apenas
y yo lo sé.

Yo sé cuando tu sueñas,
y lo que en sueños ves;
como en un libro puedo lo que callas
en tu frente leer.
¿Te ríes...? Algún día
sabrás, niña, por qué:
Tú lo sabes apenas
y yo lo sé.

Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.
¿Te ríes...? Algún día
sabrás, niña, por qué:
mientras tu sientes mucho y nada sabes,
yo que no siento ya, todo lo sé.

Mira lo que hace Somófrates a las 06.30.04 11:19



Cosonísimas:

Donangel, precursor de la LOGSE. Aprobando a los críos por hacer algo que no tiene nada que ver con la asignatura...

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