Me pidieron rescate por ella hace ya un tiempo, pero siempre me hice el sueco y me negué a negociar. A ver si con un poco de suerte acababan con ella y no volvía a molestarme. Sin embargo, ayer sucedió lo que en el fondo siempre he sabido que acabaría pasando: se escapó ella solita.
Cuando me enteré, me quedé pálido y el estómago se me hizo un nudo. Fué de estas cosas que, aunque sabes que llegarán, siempre te pillan desprevenido. Fuera, en la calle, llovía, lo cual le daba mucho más dramatismo a todo esto, y yo sabía que volvería a por mí. Me serví uno con hielo y me senté en el sofá a esperar lo inevitable.
Me quiere demasiado como para matarme por lo que le he hecho. Por eso mismo sólo me dió una paliza en el patio de detrás; y mientras me iba propinando golpe tras golpe, recordé lo que era estar con ella, y volví a quererla conmigo. La sangre que me hace derramar es siempre la más cálida, la que hace que cualquier otra herida sea insípida y liviana. Dios, cómo echo de menos pagar el precio de sus besos. Dignidad -dije mientras escupía un diente y algún nombre-, te quiero. Perdóname.
Y así es como mi brazo y mi espada dejan de estar al servicio incondicional de la corona y su reina, que últimamente el vino me sabía a veneno rancio y ya me veía a la Santa Inquisición apilando leños. Y no es que tenga miedo a caer (que hasta le empiezo a coger el chiste), pero siempre son de agradecer los sinceros aperos de labranza y antorchas del pueblo llano, antes que los refinados puñales de plata por debajo de omóplato; esos que en vez de atravesarte directamente el corazón, se limitan a sajarte un pulmón para que no tengas resuello y evitar así que ni tan si quiera puedas gritar. Además, a mí el dulce me empalaga, y rara es la guillotina de mi talla.
No necesito más cruzadas ni más políticas ni más clericalismos. De buen grado las cambiaría por un galeón repleto de ex-convictos bien vestidos y la patente de corso del imperio. Dejaré que los tesoros y la equis en el mapa hecho pedazos los busquen otros; nada sabe mejor que el oro manchado de sangre, el arte del abordaje en el Atlántico abierto, a quemarropa, sin blanqueador dental ni prisioneros. Mientras me den cartelitos de esos de "no molestar" que se cuelgan en las puertas de las habitaciones de hotel, me dá igual una granja en Lancasher que una casa victoriana en las antillas holandesas. Y es que las rosas, por bellas y hermosas que sean, además de ser un recurso bastante manido, carecen de fragancia. El salitre y la pólvora quemada, sin embargo, conforman un aroma que ayuda a recordar un collar hecho con lenguas de sirena.
Se lo dije a mi profesor de matemáticas después de pegarle la patada en la boca al subnormal aquel que me tiró el plumier al suelo: si me quedo castigado después de clase, por favor, que sea para sacarle provecho a la tarde, que a mí escribir en la pizarra me dá dentera y me jodería copiar cien veces la tontería de turno, máxime cuando volvería a pegarle una paliza a cualquier idiota las veces que hagan falta.
Qué fácil es despreciar y qué rápido se olvidan las palabras cuando se vive entre espejos.
Mira lo que hace Somófrates a las 11.10.03 12:59Tienes razón, las rosas no huelen. (G)
Roses are red, violets blue. Manchester 1 - Liverpool 2 (I)
Mira lo que hace Germán e Irenehmmmm surrealismo
Mira lo que hace Usagi YojimboMe lo dedica alguien muy especial.
Será que me gusta leerme...
No sé si se tratara de una chica o un amigo, pero parece que esté entre decepción y traición.
Eso viene a ser la interpretación, y probablemente también sea por la hora, que deliro ya, pero ese texto parece un cruce entre Pérez-Reverte y Marías, cuando eran vecinos de Redonda en El Semanal, cómo si hubieran decidido escribir algo juntos...me gusta mucho la conclusión final y lo del collar de lenguas de sirena, es muy sugerente. A lo mejor no lo capto, pero me gusta mucho.
Mira lo que hace XiscaVaya, pues muchas gracias.
Aunque tal vez sea un tema de trabajo...