Y de postre galletines

Torment

Tuvo miedo. De morir y que la fortuna que encontró en aquel infierno muriese con él. Decidido a acabar con todo se alistó en las tropas irregulares, directo a Baator, donde las Guerras de Sangre se sucedían desde hace miles de años en un demoniaco fraticidio; donde pocos mortales eran capaces de comprender los motivos de todo aquello, y de dónde menos aún salían con vida para contar los horrores que allí se sucedían. A cambio de una visita al mismísimo infierno en vida, podías salvar tu alma en la muerte, una recompensa que valía la pena cuando ya nada te queda por hacer en el mundo.
Y fué allí donde la conoció a ella. En aquel lugar, en aquella espantosa guerra fué donde encontró todo lo que había querido en la vida que dejaba atrás, y por primera vez tuvo miedo. ¿Qué puede cambiar la naturaleza de un hombre? ¿La guerra, la muerte, el amor, el propio miedo? Qué más dá. No había mejor lugar para desesperarse que aquellas llanuras rojas, él ya no quería morir, y aquella noche, con ella, quiso desterrar su miedo. Y así lo hicieron.
Vendió su alma, y, con ella, su mortalidad y su miedo fueron desterrados a un lugar en el que ningún mortal llegaría jamás. Y sin embargo, su salvación se convirtió en la mayor pesadilla que jamás ha vivido nunca nadie.
El que durante la eternidad deberá morir por siempre sin abandonar este mundo, aquél que una vez fué capaz de recordar su nombre, quien con cada encarnación ha sido alguien diferente, vaga ahora por los planos desfigurado por siglos de batalla y cicatrices en su cuerpo, sin ser ni tan siqiera capaz de recordar por quién lleva siglos llorando. Perseguido por las sombras de su propio pasado, enviadas para evitar que alcance la que hace miles de años fué su propia esencia.