17. november 2004

La puta oreja de su puta madre y la cabra que parió al puto niño del puto turno de noche

Es uno de esos días. Uno de esos días en los que Juanjo (un tipo que a los dos días de conocerme decidió raparse la cabeza; es como tener un grupie) se me queda mirando entre correo y correo y me dice "tienes mala cara". Tal vez lo dice porque tengo la mirada perdida en el videowall de la pared, con los párpados medio caídos, las cejas cada una por un lado, esperando a que en mi ordenador funcione la alguna de las muchas aplicaciones que necesito para trabajar (que no funcionará en toda la mañana) y el subnormal del turno de noche, que ahora está de mañana, lleva tres horas repitiendo el mismo tema de Carlinhos Brawn y otros ocho de La Oreja de VanGogh. Tres horas escuchando esa puta voz asquerosa y ñoña son suficientes para desarrollar aptitudes pirokinéticas.

Y no es un mal trabajo. Es de esos en los que puedes coger el teléfono gritando "WADALLAWAN". Al fin y al cabo los proveedores no se quejan, son servicios alojados gratuitamente en e-mocion, y si llaman es porque la pifia es suya. Además, si llaman, no llamará ningún jerifante, sino algún pipiolo contratado para trabajar con un teléfono. Y hablar en inglés con un alemán es divertidísimo. Y la gente es simpática (hasta hay tías). Pero absolutamente nada que ver conmigo. Mundos diferentes. Radical. Ni el sentido del humor, ni nada de nada. Y lo peor es que pretenden ir todos de graciosetes... Y estar manteniendo las apariencias durante nueve horas diarias me resulta gotador. Odio a la gente.

En fin, que no. Que no era la falta de sueño ni la mala vida. Llevo ya dos días durmiendo ocho horas, sin fumar, haciendo ejercicio y comiendo sano. Y me sigo sintiendo igual de mal. Y sigo estando igual de empanao. Y sigo teniendo las mismas ganas de que haya aglún accidente nuclear en el mundo que reduzca nuestro número en un 90%. Empezando por la puta cerdita Peggy de la Oreja de VanGogh y el subnormal del turno de noche.

Con la diferencia de que ya no me hace gracia pensar en esas cosas. Ya ni si quiera soy capaz de reírme con las desgracias ajenas. En el metro he visto como una señora le arreba un soplamocos bestial a su hijo, un niño asqueroso que no hacía más que dar por culo, y nada.

DIOSSSSSSSSSSSSSH. Puta música. Voy a jugar con un clip y un enchufe...

Mira lo que hace Somófrates a las 11.17.04 11:50



Cosonísimas: