El sistema no es perfecto. Tiene lagunas. Y cuanto más dinero tengas, más lagunas se pueden encontrar. De esto se dio cuenta el señor Decebal Bogdam cuando el rey de la carne, Campbell Sturrock, salió impune de su último paseo por los tribunales, esta vez acusado de secuestro.
Supongo que es el propio señor Bogdam quién ha contactado con La Agencia. Nunca se me ha hecho saber el nombre de un cliente, por su seguridad y por la mía, pero dada la naturaleza del contrato, y dado que el caso ha sido primera página en Rumania, es lógico pensar que el señor Bogdam se ha decidido por jugar al mismo juego. En cualquier caso, no es justicia. Ni si quiera es personal. Como siempre.
La pequeña Alize sigue estando desaparecida y buscada por la policía, mientras que Sturrock celebra en una exclusiva fiesta su pequeña victoria, acompañado por Andrei Puscus, su abogado, un pez que aprendió a nadar en el fango y ya nadie quiere en su estanque.
La fiesta se celebra en uno de los mataderos de Sturrock. Una tapadera tan buena como cualquier otra, con el aliciente añadido de la practicidad que supone el tener una embutidora industrial para deshacerse de según qué molestias. De ahí su apodo, el rey de la carne.
Y los ciento ochenta mil dólares ingresados por adelantado, deberán ser para mí motivación suficiente como para hacer vegetariano a Sturrock, retirar a Pescus y encontrar a Alize, la hija de Bogdam.
Llovía, pero eso no impedía que varios invitados a la fiesta esperasen pacientemente a ser cacheados en la entrada. Todo el mundo llevaba máscaras, incluidos los guardias privados que había contratado Sturrock. Los invitados más atrevidos lucían cuero y hasta tachuelas. Mucha carne. Muy apropiado.
Probemos la puerta trasera. Más guardias armados. Sin embargo, un empleado del matadero cargaba desde un camión piezas de carne hasta el interior de la fiesta. Y a mí no se me ocurría nada mejor para moverse libremente dentro de la fiesta de Sturrock. Esperé a que volviese al camión, y entré tras él. Al cinto, en una funda de cuero, llevaba un cuchillo sucio de carnicero que debía de haber estado usando. Sin dejar que me viese directamente la cara, cogí su propio cuchillo desde atrás, y le invité a hablar.
-¿Trabajas en el matadero? -Algo de aire salía con dificultad de su garganta, como si le estuviese costando pensar. Cuando sorprendes a alguien de esta manera, la prioridad es saber qué está pasando. No se paran a considerar si estás dispuesto o no a cumplir tu amenaza, simplemente quieren saber qué pasa. Y mi trabajo es no dejarle pensar demasiado. Es el principio de la psicología, saber lo que piensa tu paciente sin que él sepa lo que estás pensando tú. De manera que le animo a seguir mi ritmo en la conversación con la punta del cuchillo.
-Servicio de catering. Por favor, no me mates. -Ése "no me mates" significaba que estaba dispuesto a traerme a su madre drogada y de los pelos para que la violara y la descuartizase, no necesariamente por ese orden, si se lo pedía, con tal de salvar su miserable pellejo. Y eso es buena señal.
-¿Dónde está la niña? -Probemos suerte.
-Segunda planta. Su hermano... -Bingo. No necesito nada más, así que hago que se calle. Con cuidado, claro: necesito su ropa.
Los guardias no prestan atención cuando entro cargado con un trozo de vaca al hombro. Quiero decir, tapándome la cara con un trozo de vaca al hombro. El interior del matadero se puede resumir en una música ensordecedora, lo que algún inocente calificaría de sexo sórdido, carne fresca de vaca colgando de infinidad de ganchos, sangre, y luces estroboscópicas. Por un momento me da cargo de conciencia cobrar la pasta que voy a cobrar por matar a alguien aquí dentro. Cuelgo el trozo de carne del primer gancho que veo y empiezo a buscar algún acceso a las oficinas de arriba. Antes de matar a nadie, quiero cerciorarme de que la rehén está donde se supone que debe de estar. Sería estúpido eliminar a dos personas, y con el pequeño margen de tiempo que pudiera procurarme para la huída, tener que buscar algo que no está donde se supone que debería estar.
En el piso de arriba no hay guardias. En apariencia, no hay mucho. Puertas dobles que han sido abiertas infinidad de veces por manos manchadas de sangre de vaca. La música de la fiesta se amortigua aquí arriba, y puedo oír un aparato de radio a través del cual alguien canta algo en rumano. El sonido sale de uno de los portones dobles. Los abro despacio, consigo una rendija por la que echar un vistazo, intentando no hacer ruido.
Una habitación alicatada, con un sumidero en el suelo. Sangre reseca lo salpica todo, y la única iluminación surge de infinidad de velas colocadas por el suelo. Un hombre obeso y desnudo, ataviado únicamente con un delantal ensangrentado, silva al ritmo de la música que sale de la radio mientras trocea un pedazo de carne con un hacha en lo que parece ser un pequeño altar improvisado con cajones de madera. En el altar, una fotografía de Alize a la que le faltan los ojos y escrita la palabra "puta". Un centenar de hilos cuelgan del techo, y en cada uno, un ambientador de coche con aroma a pino. Y con los ambientadores, cuelga boca abajo lo que queda de Alize.
Lo cual es un alivio, ya que así no tendré que cargar con la niña. Bastará con que le lleve un pedazo a su padre. Lentamente termino de abrir las puertas y me acerco al hombre desnudo sin que él se haya dado cuenta de nada. La sangre del suelo ayuda a que mis pasos sean más sutiles aún. En el trayecto, cojo uno de los ganchos de carne que cuelgan del cuerpo de Alize, y lo uso. Bajo su caja torácica. Atravieso su diafragma e intento perforar su pulmón izquierdo. Subo el volumen de la radio y él grita como un cerdo. Giro y cargo con él a mis espaldas tirando del gancho. Cientos de cosas crujen se desatan y se rompen dentro y fuera de él, y en pocos segundos sus gritos son tan sólo un gorgojeo. Ledzig Sturrock, el hermano del rey de la carne.
Lo que troceaba en el pequeño altar era uno de los brazos de Alize. Justo lo que necesitaba. Si su padre querría pruebas de que se trataba de su pequeña, bastaría con comprobar sus huellas dactilares, así que con un trapo intento retirar los restos de semen que lo cubren y guardo un par de dedos en una bolsa de plástico. Hago un par de fotos de la habitación con mi teléfono móvil. Intento que se vea el cadáver de Alize y el de su asesino. Un problema menos.
Al salir recojo de la pared una especie de capucha de cuero con una bola roja que cuelga a la altura de la boca. Nunca se sabe.
Bajo de nuevo. El piso de abajo consiste, básicamente, en una pista de baile adornada con casquería e infinidad de sofás y sillones en los que entretenerse con las fulanas que Sturrock ha contratado, una cocina, unos lavabos y un fumadero de opio. Andrei Puscus, el abogado del rey, no debe de andar muy lejos. Veo a un par de camareros ataviados de un modo similar al mío, y procuro actuar como ellos para moverme de un lado a otro durante unos minutos para examinar el sitio. Existe otro acceso al piso de arriba, apartado de las oficinas, donde supongo que estará Sturrock con sus más allegados, pero eso lo dejo para luego. Puscus descansa en uno de los departamentos del improvisado fumadero de opio. El encargado del fumadero es un hombre cano, ataviado con pantalón negro, camisa roja, pajarita y una máscara. Me acerco a él y le susurro que hay un problema con el opio en la despensa. En principio se muestra confundido, pero accede a seguirme para averiguar qué pasa. Dentro de la despensa es fácil noquearle con el mango de mi cuchillo. Tengo cuidado, eso sí, de no arruinar su pajarita. Le desnudo y me pongo su ropa. A él le pongo la capucha de cuero, le ato de pies y manos con un par de pulseras de plástico (son como mi american express, no salgo de casa sin ellas) y escondo las ropas de carnicero y el cuchillo. Lo saco fuera, y le dejo sentado apoyado contra la pared. Si lo ve alguna de las fulanas colocadas de Sturrock se hará cargo de él, ya que van serviciales a ocuparse de todo invitado desnudo y sólo que encuentran a su paso, y dada la naturaleza de la fiesta, no creo que la mordaza y las ataduras levanten sospechas.
Cojo una pipa de opio, y me dirijo a ver al señor Puscus. Los dos guardias apostados junto a la cortinilla de su departamento me cachean antes, y no encuentran nada. Me dejan pasar. Sin mediar palabra, le cedo la pipa al señor Puscus, y mientras é fuma, yo finjo ordenar las mesitas donde hay pequeños jarrones con incienso. En unos segundos se queda tendido y absolutamente colocado. Registrándole, encuentro su cartera y una pistola automática, lo cual me ahorrará el tener que hacer el trabajo con las manos. Apoyo un par de los cojines que hay en la habitación sobre su pecho, para amortiguar el ruido del arma. La música de la pista de baile hace el resto. Retiro los cojines, y saco otra foto con mi teléfono. Recojo la pipa y salgo fuera. Informo a los guardias de que el señor Puscus no quiere ser molestado.
Cuando empiezo a pensar en cómo llegar al pez gordo, a Sturrock, la solución aparece ante mis ojos por sí sola. Uno de los camareros lleva una enorme bandeja con un suculento montón de carne picada asada. Abordo al muchacho, le pregunto si es la cena del señor Sturrock, y el asiente. "Yo se la llevaré" le digo.
Es probable que en el piso de arriba los guardias del rey quieran también cachearme, así que a medio tramo de escaleras escondo la pistola del abogado en la montaña de carne picada.
Los guardias no encuentran nada y me dejan pasar.
Campbell Sturrock reposa como un buda desnudo en una enorme cama con dos fulanas. Un avatar de la obesidad mórbida en una constante lucha por respirar.
-La cena, señor Sturrock -le anuncio desde la distancia, preparándome para desenterrar la pistola de aquella bandeja.
-Largaos, cerdas. Dejadme comer tranquilo.
Fantástico. No tendría que ocuparme de sus fulanas. Las chicas salen de la habitación sin rechistar y cierran la puerta. Sturrock se inclina como puede, en un grotesco gesto con las manos extendidas hacia mí, repitiendo una y otra vez "dame, dame". Comer era para Sturrock incluso mejor que el sexo.
Es en estos momentos cuando me apetece sentarme a charlar. A contarle mi vida a alguien. A intentar ver en sus ojos qué pasa cuando les digo lo que voy a hacer. Pero esto es sólo un trabajo. Es sólo dinero. No es nada personal. No hay discurso, no hay un "fulano me envía porque le hiciese esto o aquello". Entre otras cosas, porque no me considero ni mejor ni peor que mis presas. Simplemente hago mi trabajo. Simplemente disparo.
Al carecer de occipital izquierdo, el aire entra en contacto directo con la masa encefálica de Sturrock. Y eso no le sienta bien. Última foto con mi teléfono.
Sugiero que le dejen reposar la cena. Salgo de allí, recupero mi ropa, y envío en un paquete certificado la tarjeta de memoria de mi móvil y una bolsa con dos pequeños deditos. Tengo un billete de tren para Montecarlo y he de estar en la estación dentro de cuarenta minutos.
Es la primera vez que hago la novelización de un juego.
Estoy enfermo...
Has dejado de tomar tu medicación, verdad?
Mira lo que hace TowNo. De hecho, la he doblado.
Mira lo que hace Somófratesya, pero mola porque ambos usais el mismo corte de pelo, por lo que te puedes permitir ese lujo :p
Mira lo que hace RogeEy! Yo creo que podría esconder una Uzi entre mis morbideces abdominales! Creo que voy a cambiar de curro...
Mira lo que hace AnakinetNo me iba a bajar el juego -estaba en sacrosanta meditación abstinente, hasta que saliera el San Andreas; por cierto, ¿sale en cinco meses y ponen 3 miserables Screenshots? Malditos sádicos-, pero creo que le echaré un vistazo...
Lo que pasa es que en el dos, siempre iba en plan Destroyer, que yo pensé que me darían mucha puntuación -en plan John Rambo-, y terminaba con cosas como "asesino múltiple", o "Descerebrado"... (jojojo)
Mira lo que hace IsabeloLo suyo es ir a descerrajar cabezas, y una vez que te sabes un poco el mapa de la misión y por dónde ir, intentar repetirla en plan "silent assasin".
De todos modos, te advierto que el juego requiere más paciencia que habilidad, y que en la rallada esta que he escrito me he inventado la mitad de las cosas.
Soy un gran fan de la saga y el personaje, pero entiendo que no a todo el mundo le tiene que gustar este tipo de juegos...